Sábado 16 de agosto: poco antes de las seis de la tarde tres narco-camionetas llenas de narco-asesinos llegana una bodega donde varios batos de Creel se encontraban en una peda que habían organizado para celebrar que los gobernators ya se habían puesto de acuerdo pa' acabar con la inseguridad. Aparentemente buscan a dos personas para chingárselas, pero los pendejos no conocen la precisión: rafaguean a mansalva reventando cuerpos, segando vidas, entre ellas la de un morrito de un año que chupa faros a pesar del gesto heroico de su padre que lo cubre con su cuerpo. Lo más cabrón es que ni en las horas anteriores ni en las posteriores a la matanza se hacen presentes la policía o el Ejército en Creel. La única autoridad que está ahí, desde el estallamiento del dolor de las familias, es la religiosa. El cura del pueblo es el que sirve de sicólogo y perito judicial en lo que llega la policía. Ante la ausencia de todos, las autoridades le piden por teléfono tomar fotos de los cuerpos masacrados mientras policías, agentes del Ministerio Público y peritos salen de sus escondites.
Las explicaciones sobre la ausencia de las fuerzas de seguridad en Creel en esos momentos palidecen ante las dudas y las denuncias. Algunos elementos policiacos han manifestado que sus superiores les ordenaron retirarse de la población porque ahí habría ejecuciones. No se ha confirmado, lo único cierto es que en esas horas de angustia ni los militares, ni la Policía Federal Preventiva, ni la policía ministerial, ni la CIPOL estaban en Creel. Al lugar de los hechos acudió sólo una patrulla de vialidad.
Ese día el gobierno no existió para las familias de Creel. Su derecho humano fundamental, el de la vida, no fué cumplido. Se ha producido una violación a los derechos humanos muy cabrona, por omisión, dada la ineficacia, ineptitud, pendejéz y valemadrismo de todos los órdenes de gobierno. En la desesperación e impotencia totales ante la magnitud de la tragedia y las autoridades omisas, los pobladores de Creel advierten ahora que se harán justicia por su propia mano. El linchamiento como sustituto de la ineficiencia, la cobardía y la complicidad de las autoridades.
La huída de las fuerzas estatales no encuentra a los días siguientes explicaciones sino a lo más “interpretaciones”. La procuradora atribuye la masacre a La Línea, rama del cártel de Juárez que domina la sierra y el medio rural de Chihuahua. También explica lo obvio: “es un acto de terrorismo para amedrentar a la población”.
El robernador del estado, después de decenas de muertos descubre por fin el hilo negro, escucha los llamados que meses antes se le hicieron y plantea “que se revise el operativo Chihuahua, porque no está dando resultados” (uuy... que inteligente!!). Y además dice también que es necesario “revisar nuestro régimen de libertades individuales y garantías ciudadanas”. En el Congreso, el sufrimiento de las familias de Creel es aprovechada para que los panistas pidan las cabezas de los funcionarios y funcionarias de seguridad priístas, y los priístas, de los correspondientes panistas (y a final de cuenta, todos: panistas, priista y perredistas no se inetresan en la gente, solo en mantener sus sueldos y su puesto). El gobierno federal se pone en chinga a tapar los pozos una vez ahogados los niños: envía putimil soldados a la sierra a perseguir a los asesinos, que seguramente estarán seguros, no en las casas de seguridad, sino en los municipios enteros de seguridad que tienen. Es un grito a voces que TODOS saben quienes son los lideres de los cárteles del narco en México, pero estan coludidos con el gobioerno.
Ni el sacudimiento de Creel detiene el río de sangre. Los últimos días las cifras de ejecutados siguen creciendo. Nada menos ayer se chingaron a otros nueve en Ciudad Juárez y otros dos en Chihuahua. Ya llegando a este punto la gente se pregunta: “¿Por qué el gobierno no puede impedir la matanza…? ¿No será que son ellos mismos quienes la perpetran?” El Estado posweberiano: de monopolizador de la violencia legítima, a monopolizador de la ineficacia extrema, o monopolizador de todas las violencias.
Demasiado pacientes son los hombres y las mujeres de Creel, que sólo claman por justicia en sus protestas y no disparan el muy merecido: ¡que se vayan todos a chingar a su madre!
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